miércoles, 9 de diciembre de 2009

Restaurantes en Madrid

Comienza a darme la impresión de que comer fuera de casa no sólo no me ilusiona sino que además empieza a fastidiarme. La frustración de pagar por algo que no agrada y que muchas veces está hecho con descuido es algo que cada vez siento con más asiduidad.
Os contaré, por ejemplo, algunas experiencias en Madrid.

Pedro Larumbe. Conocía a este cocinero por sus programas en Canal Cocina. La imagen que transmitía, de seriedad y buen hacer, nos llevó a visitar su bonito restaurante, en el antiguo edificio de ABC, en la calle de Serrano de Madrid. El local es realmente digno de ver, aunque en mi opinión resulta un poco frío para usarlo como comedor y nada acogedor.
El servicio resultó agradable y atento, pero el chasco (y enorme) vino a la hora de probar lo que habíamos pedido. En primer lugar, una copa de buey de mar, realmente pesada, con un exceso de aceite que nada más probarla cayó en el estómago como un plomo. Éramos dos personas en la mesa y ambas tuvimos la misma sensación. Conclusión, la dejamos completa porque intuíamos que aquello nos iba a sentar mal.
A continuación nos animamos con una vieira asada con aire de albariño. Seca y apelmazada, con una espuma de clara desagradable y que nos llevó a hacer lo mismo que con el plato anterior. La dejamos casi íntegra (salvo lo poco pero suficiente que habíamos probado). El remate final vino con la corvina asada con ragut de hongos, praliné de piñones y pesto. Supuestamente era corvina salvaje, pero una vez en la mesa nos encontramos con un producto que no era fresco, con una textura que indicaba el paso del tiempo y un nada agradable colorcillo amarronado por alguna de sus partes. En la boca la sensación era de estar comiendo un tubo oxidado, tal era el resultado de la mezcla de un exceso de trufa y del pesto. Tampoco la comimos.
Dos de pan y el aperitivo de la casa (esto no lo pedimos), 5 euros; una copa de buey de mar (habíamos pedido dos), 15 euros; una vieira (habíamos pedido dos), 3,50 euros; una corvina (habíamos pedido dos), 22 euros; una botella de cava, 27 euros; dos cafés, 4,40 euros.
La dieta nos salió cara.Tranquilamente nos fuimos con una enorme decepción ya que esperábamos muchísimo más de este restaurante, al que será difícil que vuelva. Creo que a Larumbe ya ni en televisión.

La Taberna del Puerto. Restaurante con animada barra en la calle Menorca, esquina a Fernán González. Platos de inspiración andaluza. También esperábamos bastante más de este local que suele aparecer en la ruta del tapeo del barrio de Retiro. Nuestro paso por allí se saldó con un empate. Unas gambas de Huelva bastante apañadas, que superaron con holgura el aprobado. Posteriormente, lubina en salsa de champán, que en realidad era un trozo de pescado soso y tieso como la mojama perfectamente escondido bajo un mar de nata que lo hacía empalagoso y hasta un poco repugnante. Éramos dos comensales, uno dejó el plato entero y el otro tomó como la tercera parte. Al menos solamente nos cobraron las gambas y uno de los pescados. Dos de pan, 2,20 euros; una de gamba blanca, 18 euros; una lubina (habíamos pedido dos), 22,50 euros; una botella de cava Anna, 19,39 euros; dos cafés, 1,98 euros; total, 79,78 euros.
Cuando un plato viene disimulado en una cantidad de salsa tan brutal, malo. Esta regla no falla.

Sergi Arola. La Broche, en el hotel Miguel Ángel, en la Castellana, es el restaurante de este mediático cocinero. La decoración, excesivamente minimalista, hace bastante soso el conjunto. El servicio excelente, simpático y evitando hacerse los estirados, como suele ocurrir en este tipo de locales. Por lo demás, al hablar de La Broche se acaba pronto. Excelente. Una buena idea es pedir alguno de los menús de degustación, apreciándose así que tanto en carnes como en pescados Arola lo borda. Un poco caro pero merece la pena la prueba. De los mejores sitios en los que he estado.

Rafa. Marisquería de la calle Narváez con clientela que parece fiel. Pescados y mariscos circulan ante la mirada de los clientes, sin embargo es más su fama que lo que realmente da. El salpicón de marisco no es más que unas colas de langostino inmersas en una vinagreta excesivamente contundente que arrasa el poco sabor de dichas colas. No deja de ser como un de las tapas que ponen en algunos bares del Norte del país con un vinito en la barra. El rodaballo "salvaje" estaba completamente "domesticado", soso, pobre y sin gracia ninguna. Una de salpicón, 25 euros; dos rodaballos, 68 euros; pan y aperitivos, 4 euros; una botella de Rueda, 19,50 euros; dos cafés, 3,50 euros; total, 130 euros. Lo único "salvaje", el precio. Para no volver, eso sí, al bar he regresado porque me resulta muy alegre y agradable.

El Chiscón. En la calle Castelló, regular servicio en este restaurante en el que parecen estar por encima de sus posibilidades en cuanto a la clientela que pueden atender. Muy bien la carrillera, un poco más flojas otras carnes, pero en general cumple. Les falta un poco de amabilidad y simpatía con el cliente.

Castelló 9. Casi vecino del anterior. Restaurante serio, buen servicio, clientela mayorcita y buen acabado de los platos, pero demasiado caro para el resultado final. Merece más oportunidades, aunque tuvieron un detalle muy feo: mientras esperábamos nos sirvieron unos pinchitos que no habíamos pedido, pensamos que era, como suele ser habitual, invitación de la casa. Nos cobraron por ellos 17 euros. Cuando se va a cobrar por algo que el cliente no ha pedido hay que darle la oportunidad de que lo rechace e informarle del precio.

Ibiza 41. Hecho de menos La Hacienda Argentina, un estupendo restaurante que se encontraba en el mismo local que ahora ocupa el Ibiza 41, ubicado en idéntica dirección, muy cerca de la parte trasera del Marañón. Se han cargado todo lo que el anterior tenía de bonito y elegante, ahora los malos materiales destacan demasiado, lo mismo que lo justito del servicio. También la comida está a un nivel bastante inferior al anterior, pero visto lo que hay por la zona tampoco defrauda en exceso. Digamos que es normalito.

Méndez. En la calle Ibiza, ruidoso y popular, prefiero la barra para tomar unas tapas al comedor. Los platos tienen resultados muy dispares, por ejemplo el gazpacho es sencillamente agua chirria, algunas carnes solamente aceptables, otras ni eso, pero al menos es económico. Si no se tienen muchas pretensiones (y la cartera no demasiado llena) se puede intentar.

La Cocina de María Luisa. Disgusta no poder ser generoso con esta encantadora cocinera que pone de sí todo lo que está en sus manos. El resultado son unos platos excesivamente contundentes, a veces rayando lo bruto. Esos rellenos de carne... son de Alka Seltzer. Demasiado caro (ensalada de vieiras, 28 euros; manitas de cerdo, 27 euros). Local agradable. Entrada por Jorge Juan.

Casa Botín: Demasiado turístico, sólo para quien quiere que la tuna le cante mientras se come una carne chamuscada.

Casa Paco: Restaurante clásico, sin sorpresas en sus platos, pero donde todo sale a pedir de boca. No faltan los famosos.

Palacio de Oriente: Precioso local, elegante y cuidado. Los platos sin excesos pero bien.

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